Lecturas, comentarios y análisis sobre el Derecho en el siglo XXI


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miércoles, 2 de mayo de 2007

CASOS LÍMITE, ESTADO DE NECESIDAD JUSTIFICANTE Y LA SEMPITERNA RELACIÓN ENTRE DERECHO Y MORAL: DE LA TABLA DE CARNÉADES AL DILEMA DEL TRANVÍA.

El dilema del tranvía es un experimento mental en ética, ideado por Philippa Foot y analizado extensamente por Judith Jarvis Thomson y, más recientemente, Peter Unger. Problemas similares han sido tradicionalmente tratados en derecho penal y, algunas veces, regulados en los códigos penales, como excusas absolutorias justificadas en estados de necesidad.
Un ejemplo clásico de esos problemas es conocido como la tabla de Carnéades, elaborado por Carnéades para atacar las teorías morales estoicas como inconsistentes.
La tabla de Carnéades.
En el año 155 a.c. los atenienses enviaron a Roma una delegación para defender ante el Senado la resistencia de Atenas a cumplir un castigo que había sido impuesto a la ciudad griega. Entre los enviados a la metrópoli italiana se hallaban Critolao, Diógenes el Estoico y el propio Carnéades de Cirene, que debía convencer a los romanos de que sus leyes no eran infalibles ni, por supuesto, reflejo de ninguna Ley Superior, y que las normas de los hombres no son sino puros convencionalismos que no se correspondían con la Verdad y la Justicia absolutas. Para ilustrar su convencimiento de un mundo imperfecto y relativo, de una Naturaleza injusta e inacabada, el sabio de Cirene propuso un ejemplo que hoy conocemos como el problema de la Tabla de Carnéades y que decía más o menos así: dos naúfragos consiguen agarrarse a una tabla, que, sin embargo, sólo puede resistir el peso de uno de ellos ¿Quién de los dos habrá de asirse a la madera? Ambos, en principio, tienen derecho a la vida, por lo que la Justicia está del lado de uno y del otro ¿Cuál, pues, ha de salvarse?
Carnéades, al igual que Pirrón, era un escéptico –no faltará quien diga hoy que también era un pesimista- y contrariamente a aquellos que pensaban en un mundo armónico y perfecto, nunca creyó en valores absolutos, y postuló que las ideas del Bien, la Verdad o la Justicia no eran sino abstracciones producidas por la mente humana y sin correspondencia real en el universo.
Los argumentos de Carnéades, que impresionaron sobremanera a los romanos, venían a demostrar que si la Justicia no existía, al final se agarraría a la tabla el más fuerte de los naúfragos, que sería quien habría de sobrevivir en el mar. El logos se transformaba en terrible ley de la selva, y la mano que conducía el orden y la justicia en el mundo o era impotente o dejaba, entonces, de existir. La música de las esferas había dejado de sonar, y la esperanza de un mundo armónico, de repente, se desvanecía.
Hubieron de pasar diecisiete siglos para que alguien se atreviera a proponer una posible respuesta al dilema planteado por el sabio de Cirene. Fue un filósofo español, llamado Francisco Suárez, quien dijo que ante la colisión de dos derechos iguales, desaparecía el ámbito de la Justicia para dejar paso al de la Moral, y que la respuesta a ese problema debía de venir de la solidaridad (él la llamaba caridad).

Definición del Dilema del tranvía.
Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente. Por desgracia, hay una persona atada a esta vía. ¿Debería pulsarse el botón?
La mayoría de los que consideran este problema creen que está permitido accionar el interruptor. La mayor parte de estos siente que no sólo es una acción permitida sino también la mejor opción moral en este caso, siendo la otra no hacer nada.
Por supuesto, un cálculo utilitarista justifica esta decisión, aunque los no-utilitaristas también suelen mostrarse a favor de la misma.
Problemas relacionados
El problema inicial del tranvía llega a ser interesante cuando es comparado a otros dilemas morales.
El hombre gordo
Uno de ellos es el ofrecido por J. J. Thomson:
Como antes, un tranvía descontrolado se dirige hacia cinco personas. El sujeto se sitúa en un puente sobre la vía y podría detener el paso del tren lanzando un gran peso delante del mismo. Mientras esto sucede, al lado del sujeto sólo se halla un hombre muy gordo; de este modo, la única manera de parar el tren es empujar al hombre gordo desde el puente hacia la vía, acabando con su vida para salvar otras cinco. ¿Qué debe hacer el sujeto?
En este caso se encuentra una gran resistencia a decidir una participación activa. La mayor parte de la gente que en el caso anterior aprobaba el sacrificio de uno en favor de los otros cinco no aprueba, en esta situación, lanzar al hombre gordo a la vía. Esto ha llevado a que se intente encontrar una diferencia moral relevante entre ambos casos.
Una distinción clara está en que en el primer caso no hay una intención clara de dañar a nadie —el daño efectuado sobre el individuo de la vía alternativa es un efecto secundario de apartar el camino del tranvía de los otros cinco—. No obstante, en este segundo caso el daño va directamente parejo al intento de salvar los otros cinco (Este argumento es considerado y en última instancia rechazado por Shelley Kagan en Los límites de la moralidad).
Por ello, hay quienes consideran que la diferencia entre ambos casos consiste en que se pretende la muerte de alguien para salvar a cinco, lo cual es malo, mientras que en el primer caso no existe tal intención. La solución es esencialmente una aplicación de la doctrina del doble efecto, según la cual uno puede tomar una acción que concurra con perniciosos efectos secundarios, mientras que causar daño activamente —aunque fuere por una buena causa— es incorrecto. Mientras que puede ser justificable sacrificar al hombre gordo para salvar a las otras víctimas, que todo suceda como está planeado no es algo seguro, por lo que podría resultar una pérdida innecesaria del hombre gordo por añadidura a la de las otras cinco personas.
Por otro lado, Thomson argumenta que la diferencia esencial entre el problema inicial del tranvía y la segunda versión radica en que en el primer caso el daño ocurre en paralelo a la acción del sujeto, mientras que en el segundo el sujeto debe realizar una acción directa sobre el hombre gordo para salvar a los demás. Según Thomson, nadie en el primer caso tiene ningún derecho sobre cualquier otra posible víctima a evitar el tranvía, mientras que en el segundo el hombre gordo tiene derecho a no ser lanzado a la vía.
Los utilitaristas, desde luego, rechazan esto. Lo mismo hacen, empero, algunos no-utilitaristas como Peter Unger, quien rechaza que haya una diferencia moral substancial entre llevar el peligro a un invididuo o poner un individuo en el camino del peligro.
La vía en bucle
La afirmación de que es incorrecto utilizar la muerte de uno para salvar a cinco aparece en un problema con una variante de bucle como esta:
Como antes, un tranvía se mueve por una vía hacia cinco personas. Al igual que en el primer caso, es posible desviarlo a una vía distinta. En esta vía hay un solo hombre. Sin embargo, más allá del hombre gordo, la vía se encamina de vuelta a los otros cinco. Si no fuera por la presencia del hombre gordo, pulsar el interruptor no salvaría a los otros cinco. ¿El interruptor debería ser accionado?
La única diferencia entre este caso y el problema original del tranvía está en la porción de vía añadida, que parece una diferencia trivial (especialmente dado que el tranvía no la transcurrirá en principio). Intuitivamente puede sugerirse que la respuesta debe ser la misma que en el problema original —está permitido accionar el interruptor. En este caso, empero, la muerte de uno forma parte necesaria del plan para salvar a los otros cinco.
La variante del bucle no tiene por qué ser fatal para el argumento de estar usando a una persona como medio. Esto ha sido sugerido por M. Costa, (Costa, M. (1987) Another Trip on the Trolley, The Southern Journal of Philosophy 25) apuntando que al no actuar en este escenario se estará forzosamente utilizando a las cinco personas para salvar al hombre gordo: ya que, al no hacer nada, el tranvía se ralentizará a su impacto con las cinco personas, no manteniendo ímpetu suficiente para alcanzar al hombre gordo. Como en este caso cualquier situación implica el uso de unos para salvar a otros, está permitido un mero recuento de personas a la hora de escoger a quienes salvar. Esta vía de comportamiento requiere restar importancia a la diferencia entre hacer y permitir.
El hombre en el jardín
Unger argumenta extensivamente contra las tradicionales respuestas no-utilitaristas al dilema del tranvía. Este es uno de esos ejemplos:
Como anteriormente, un tranvía se mueve por una vía en dirección a cinco personas. Es posible desviar su dirección haciéndolo colisionar con otro tranvía pero, de hacerlo, ambos descarrilarán y se precipitarán colina abajo, atravesando una carretera, hasta el jardín de un hombre. El dueño del jardín, que se halla durmiendo en su hamaca, será muerto. ¿Debería desviarse el tranvía?
Las respuestas a esta pregunta dependen parcialmente de si el lector se ha topado anteriormente con el primer problema del tranvía (habiendo, desde luego, un deseo por mantener una coherencia en las propias respuestas), aunque Unger puntualiza que las personas que no se han encontrado previamente con dicho problema más probablemente responderán, en este caso, que la acción positiva propuesta sería incorrecta.
Unger argumenta que, por lo tanto, las respuestas dadas a los diferentes problemas se basan más en la psicología que en consideraciones éticas. En este último caso, dice, la única diferencia importante es que el hombre del jardín no parece particularmente involucrado. Sostiene Unger que la gente, en consecuencia a lo anterior, cree que matar al hombre no es jugar limpio, pero al mismo tiempo afirma que este estar involucrado no puede suponer una diferencia moral.
Unger también considera casos que son mucho más complejos que el dilema original, incluyendo más de dos cursos de acción posibles. En un caso así, es posible no hacer nada y dejar que mueran los cinco, o hacer algo que (a) salvará a los cinco y matará cuatro, (b) salvará cinco y matará a otros tres, (c) salvará a los cinco y matará dos, o (d) salvará a los cinco y matará uno. La mayor parte de los sujetos más ingenuos a quienes se presenta un problema de este tipo, según Unger, escogerán la opción (d): salvar a cinco y matar uno, incluso si esta vía de resolución incluye hacer algo muy similar a matar al hombre gordo, como en el caso de Thomson antes mencionado.
En situaciones similares en el ámbito de los negocios, donde una alternativa podría ser interpretada como menos grave que otra, pero donde de todos modos habría una consecuencia negativa, he encontrado que la mejor opción es no actuar, y dejar que las cosas fluyan sin mi intervención. El hecho es que si tomas una acción, luego serás considerado responsable por la consecuencia negativa, y esto será así aunque el daño fuera menor al que se hubiera obtenido en caso de no intervenir. Si actuas, serás considerado responsable y ya tendras tu mismo que defender y explicar tu posición, proceso durante el cual serás considerado culpable. Esto no sucedería si no hubieras actuado desde un primer momento.
Referencias
· Philippa Foot, The Problem of Abortion and the Doctrine of the Double Effect in Virtues and Vices (Oxford: Basil Blackwell, 1978).
o Este es el ensayo que introdujo el original dilema del tranvía.
· Shelly Kagan, The Limits of Morality (Oxford: Oxford University Press, 1989).
· Francis Myrna Kamm, Harming Some to Save Others, 57 Philosophical Studies 227-60 (1989).
· Judith Jarvis Thomson, Killing, Letting Die, and the Trolley Problem, 59 The Monist 204-17 (1976).
· Judith Jarvis Thomson, The Trolley Problem, 94 Yale Law Journal 1395-1415 (1985).
· Peter Unger, Living High and Letting Die (Oxford: Oxford University Press, 1996).

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